martes, 13 de diciembre de 2011

Ella otra vez. Y yo tiemblo.
Mejor dicho: mis manos tiemblan. Las yemas de mis dedos suplican tocar su cara. De hecho, tengo tantas ganas de tocarla, que tengo una de mis manos imperceptiblemente alzada.

No es como muestran en las películas, el resto del mundo no se vuelve gris. No es que los demás se hagan absolutamente invisibles. No. De ella no emana una luz de colores que me hace no ver nada más que su perfección.
Pero si que es como un imán. Y los demás siguen moviéndose, a su alrededor. Pero Ella corta el aire. En fin, si me dijesen que cual es la palabra que viene a mi mente cuando pienso en ella –siempre- no tendría grandes problemas. Por supuesto que me plantearía otras opciones, otras preciosas palabras. Pero al final elegiría Irresistible.
Es preciosa, eso está claro. Es dolorosamente bonita. Pero no es eso. Lo juro.
Es su actitud. La forma en que está riendo, con los ojos cerrados. Su pelo que se mueve con la agitación de su risa. Que está ligeramente encogida de hombros. Es tan delicada que sé que los demás están ahí. Los siento, los escucho, los veo. El mundo sigue en movimiento. Pero sólo tengo ojos para ella.
Lo que quiero decir es que hay una chica con un vestido celeste chillón justo a su izquierda. Pero lo único llamativo que veo es el rosa de sus labios.

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