miércoles, 17 de julio de 2013

Historia de las 3.03 AM, y como escapar de la hora del miedo.

Érase una vez una muchacha con 10 nombres distintos que hacía listas sobre si misma una vez al mes.
Pero creo que ahora puede bastar con publicar una lista de egocentrismo una vez al año.
Puedo describir la mitad de mi vida con la palabra agridulce. Por poner sólo un ejemplo de todos los que podría poner diré que la palabra "Muchacha" ha sido elegida cuidadosamente, pese a que fonéticamente no me gusta, pero era la más adecuada para describirme en aquel tiempo en el que tuve 10 nombres distintos y de hecho con ella se referían a mi a menudo. Incluso ya había escrito "chica" y lo he borrado porque no era el sentimiento preciso que quería autotransmitirme.
Porque claro, yo no dejo que nada suceda por casualidad. Manipulación, no es la palabra adecuada, pero es la primera que acude a la mente. Pero que no, que no...que es algo más parecido a ser cuidadosa con los detalles, no te confundas.
Amo escribir a mano cuando sé exactamente lo que quiero decir y me va saliendo fluido, sin borrones y sin pausas, sin el bolígrafo moviéndose entre los dientes, y amo la sensación que se tiene cuando terminas y ves todos los sentimientos que has puesto en tinta. Sin embargo, cuando no estoy tan inspirada, me encanta escribir a ordenador y ver como parpadea el cursor, como retándome, como diciendo: "no sé si lo sabes, pero no tienes nada más que decir". Claro que es bastante probable que simplemente me guste por todas las cosas audiovisuales en las que el escritor mira este parpadeo mientras se rasca la cabeza y suspira, y me gusta imaginarme a mi misma de esta forma desde fuera, verme con cuidado, con el pelo más bonito de lo que en realidad es y los labios más suaves.
No me gusta confesar a nadie lo que soy, y por eso he aprendido a hablar mucho, y a hablar sin parar de mi, y sin embargo no decir una sola palabra de lo que -tontamente- considero que vale la pena conocer sobre mi.
Me matan de amor las cicatrices y los arañazos. Sé exactamente porqué, pero sólo te lo puedo contar mientras acaricio o beso una. De todas maneras, nadie me lo ha preguntado todavía, así que no parecerá tan psicópata como suena a veces, cuando digo con los ojos llenos de ilusión: ¿TIENES CICATRICES? ¿DÓNDE? ¿DE QUÉ? ¿PUEDO VERLAS?
Me gusta inventarme palabras y me gusta inventar palabras que ya están pasadas de moda, de esas que usaban nuestros padres y aún por aquella época ya eran horteras.
Me gusta poner estos corazones (♥) a veces, cuando me lo imagino así, detrás de las frases. Esto viene del manga y de que a veces simplemente hablamos mandándonos corazones invisibles y no nos damos cuenta. Como por ejemplo: Te veo luego, ♥. Yo lo veo como sonreír y a la vez decir más, y creo que sólo un lector de manga puede interpretar correctamente este desvarío que me traigo.
No sé -y nunca he sabido- acentuar algunas palabras básicas (difícil, América, época). Pero nada que un post-it en un lugar estratégico no pueda arreglar.
Tengo una obsesión sin sentido porque las morenas se pongan horquillas, adornos, diademas de color rojo en el pelo y las rubias adornos de color negro.
No creo en la frase "Lo que haces define quien eres" porque cualquiera puede equivocarse y no por eso ser una mala persona.
Me gusta tener una rutina al levantarme y seguirla paso a paso con cariño.
Me gustan los atascos y que me despeine el viento cuando vuelas yendo en coche con la ventana abierta. Me encanta la palabra Copiloto, o a lo mejor me gusta simplemente serlo. No, en serio...Me he montado una historia secreta fantásticamente estúpida sobre la palabra copiloto.
Por si no te has percatado, me gustan las palabras, porque son lo más peligroso y dulce que tenemos.
Me gusta dormirme después de llorar.
Me gusta ducharme de noche, completamente a oscuras.
Me gusta el cine clásico por como se hace todo, desde moverse, a los decorados, a la forma de andar y a los besos.
Me gusta ser capaz de seguir encontrando cosas que decir y cosas que amar, cuando creí que ya estaba todo dicho y hecho.



martes, 16 de julio de 2013

Supernova.

Lo que pasa es que a veces confundimos el amor platónico con el amor. Y qué putada (nos hacemos a nosotros mismos, y a ellos.)
Porque son dos cosas bien distintas, aunque el amor siempre sea parecido y sobretodo, inmenso.
El amor platónico no es deseo. Es enamorarse de una mente, idealizar a una persona. ¿Pero acaso no pasa eso cada vez que nos enamoramos? Pero no es eso, es la estúpida idea del ser humano que cree que al besarle y al levantarse con él le hará suyo. Pero cómo vas a hacer tuya una idea, cada idea. Eso no puede pertenecerte de ninguna manera, por más que lo intentes las ideas no se besan, se debaten, se hablan, se sueñan y ni aún así te pertenecen.
El amor platónico es amar su pasado, presente y futuro, y no sólo cada línea que se escapa de su boca como cuando amas.
El amor platónico lo puedo resumir en expectativas.
¿Qué son las expectativas? Esas cosas que no sirven para nada, excepto para decepcionar.
Las expectativas son geniales cuando se trata de amor, ya que entonces crees que la otra persona es mejor de lo que en realidad es, y tú quieres ser mejor para él, y así con todo.
Pero las expectativas en la relación con un amor platónico sólo pueden rompernos en pedazos, porque la realidad no puede superar toda la idealización que has puesto en esta relación, y tú le culparás a él cuando sólo quieres culpar a la realidad.
Así que déjales viviendo en sus libros, ama desde lejos, huye para no romperlos. Tocar algo que es tan perfecto que no puede ser real...sencillamente lo hará real. Esa es la única consecuencia, pero ¿no es terriblemente terrible?
Porque cambiará, como cambia todo lo que se ama.
Y dime para qué vas a entrometerte a modificar algo que antes de ti era perfecto, no serás tan egoísta de robarle eso al mundo, ¿o sí?

Anda calla, no me discutas, corre y enamorate, que es más o menos lo mismo pero con aire en los pulmones y sin tener que terminar el libro, sin tener que decir adiós al protagonista ideal.