domingo, 6 de marzo de 2016

V

Nací en un pueblo con mar donde, según una historia que me contó Google, hay viento 220 días al año. Y este viento debe estar enfadado por que haya viento tan seguido, y la gente se queje de no poder ir a la playa en verano y de que no den ganas de salir con noches huracanadas en invierno, porque dicen que puede alcanzar hasta los 150 km/h.
Hay muchas historias sobre mi pueblo. Una de las más famosas es la que ha causado las mayores disputas en terrazas y salones, por confundir a la gente y hacerle creer que viven en una ciudad, sólo porque así se refiere a Tarifa una placa de 1292 que decora nuestro punto de encuentro.
A mí me gusta que sea un pueblo porque en las ciudades eres Manuel Romero y no Manolito el hijo de Mari Carmen, la de la mercería. Aunque, por supuesto, a veces ser Manuel Romero está bien y en el anonimato del asfalto tu madre no sabe con quién te has besado hoy a las cuatro tres minutos veinte segundos.
La frase que siempre me dice la gente cuando se refieren a mis compatriotas es esa de que allí están todos un poco locos por culpa de tanto viento. Bueno, hay mucha gente estrafalaria andando por la calle, pero a ver quién podría asegurar si se balancean porque van bailando en su cabeza o porque la ventolera les empuja.
No sé si estamos locos.
Pero me he ido al fin del mundo buscando a la gente que sale en las películas y ha resultado que la gente sobre la que podría rodar una trilogía vive en la ciudad del viento. Hablan en idiomas lejanos con sus acentos adorables. Cuentan historias de hombres que dejaron de ser en cuanto pusieron un pie en esta playa y decidieron quedarse. Vienen sólo con una tabla a la espalda, olor a sal y pelo quemado por el sol. Van silbando una melodía que reconoces con los ojos cerrados mientras reparten sus poemas. Tocan música de un país que no sabes poner en el mapa.
No sé si estamos locos.
Pero por eso yo, que me considero bastante tranquila, tengo una parte que es salvaje como el mar enfurecido en los días de levante. La humedad me ha debido traspasar la piel porque siempre ando con los ojos empañados por las cosas más insignificantes, siento que soy de mar como lo sienten las canciones de los piratas, que el viento ayuda a respirar en las noches muy oscuras cuando se cuela entre los huesos, que la sal en los labios sólo puede curar, que el sol me acaricia los lunares en callecitas blancas y estrechas donde a veces huele a naranjos.
El ruido de los turistas, de los que se quedarán pero aún no lo saben, de los llevan aquí siete generaciones. De los que hablan inglés, alemán, francés, ruso, polaco, turco, italiano y algún otro idioma del que nunca habías oído hablar.
El color, los flashes, los cristales en verano
Y los fantasmas bailando en La alameda en invierno,
La guitarra en la calle que he caminado cien veces descalza
Porque en mi pueblo siempre es como en la infancia, y puedes volver de la playa a casa andando sobre el asfalto
O simplemente liberarte de los zapatos si sientes que es lo que quieres hacer.
Porque como el título de Locos ya lo tenemos, ahora podemos ser libres. Menos mal.
Porque aunque mi pueblo asfixia muchos días (hay cosas que en la vida no se pueden arreglar con agua, historia y sal) la mayoría del tiempo sabe a libertad.
Y a estas alturas quizás debería explicarte la verdad,
que yo no nací aquí si no en una ciudad enorme, seria e importantísima, que la mayoría del mundo conoce aunque sea de oídas.
Pero que desde que el viento golpeó mi persiana incansable cada noche como un arrullo,
Desde que está enredándome el pelo en todos mis recuerdos importantes (y si no lo está, fue porque ese fue el único día de ese año que dio tregua),
Desde que me enseñaron una canción de un país que no sé en qué continente queda,
Desde que me enamoré de cuatro acentos a la vez,
De diez cuentos relatados con prisas en una esquina,
De la forma de andar de una señora mayor,
Y de la voz de una mujer que cantaba la canción más sincera del mundo,
Desde entonces, y supongo que desde siempre,
Soy de aquí.
Porque no podría entender ser quién soy y no pertenecer al ojo del huracán que me enseñó a respirar.

    Anoche el viento me salvó la vida.
    Gritar en mitad de dos océanos.
    En el fin del mundo.
    Y que vuelva a empezar en 14 minutos.
    O 14 kilómetros.

martes, 7 de abril de 2015

Those who do not weep, do not see


Están en una habitación una bióloga, una arquitecta, una traductora e intérprete de japonés y 2 licenciadas en Comunicación Audiovisual.
Podría ser el principio de un chiste, pero todas son de la misma nacionalidad, así que supongo que no lo es.
Debe ser que en esta habitación se está discutiendo algo importante, para que sectores tan diferentes se vean involucrados. Las naciones unidas, una reforma política, algo que nos afecte a todos o que queramos crear juntos.
Quizás están creando un nuevo partido político. No sería mala idea.
O podría ser una gran campaña mediática sobre un increíble laboratorio que dirige la bióloga, diseñado por la arquitecta, y que abrirá sus puertas en Japón, gracias a las labores de la traductora de japonés...
Pero algo importante pasa aquí, porque los asistentes se sonríen ilusionados desde el otro lado de la mesa ante la perspectiva del futuro. Se miran a los ojos, se dan ánimo, se dicen sin palabras que por fin la situación va a mejorar, que para eso están aquí. Por eso, todos vienen dispuestos a dar lo mejor de sí mismos, a aprender tanto en lo profesional como en lo personal, con todas sus esperanzas puestas en este proyecto. Hablan por turnos, escuchando con atención lo que otro puede aportar.
También podríamos estar asistiendo al nacimiento de una gran campaña feminista, porque hay 6 mujeres en la habitación y todas son jóvenes, ambiciosas, fuertes, profesionales, con las ideas claras.
A las 5 anteriores ya las conocéis.
La sexta es quien dirige de qué se habla dentro de la sala. Por quien hay una tensión educada en el ambiente y aunque el nerviosismo no se deja ver se delata en pequeños gestos: tocarse el pelo, mover ligeramente una pierna, re-colocarse en la silla una y otra vez, toquetearse las pulseras.
Debido a la presencia de La Sexta Mujer, como es normal, también hay en el aire una competitividad educada.
Porque esto es una entrevista de trabajo, y estas cinco mujeres excepcionales, cada una a su manera, quieren el puesto.
Ese puesto de trabajo que no tiene nada que ver con la biología, la arquitectura, la traducción o los medios de masas. Ninguna de estas mujeres ha sido preparada profesionalmente para este puesto, pero aquí están, intentando convencer a La Sexta Mujer de que son la candidata ideal, deseando ser ella quien gane, para pagar sus facturas, para no vivir sin hacer nada, para sentirse al menos un poquito útil.

Están en una habitación una bióloga, una arquitecta, una traductora e intérprete de japonés, y 2 licenciadas en Comunicación Audiovisual.

Podría ser un chiste, aunque no le encuentro la gracia.
Lo que es seguro es que se están riendo de nosotros.


♪ Do you hear the people sing? ♪

lunes, 27 de octubre de 2014

Hay una parte de mi
que se asfixia
y sólo puede respirar cuando me está calando la lluvia en mitad de la noche, porque por más que digan que el miedo te aprisiona los pulmones simplemente no es verdad.
Tomo aire
Cuando estoy discutiendo con alguien, cuando lloro de rabia.
Hay una parte de mi
que sólo es feliz en mitad de la noche
cuando puedes tumbarte en la carretera a mirar las estrellas
cuando alguien sabe qué eres
y porqué eres.
Cuando me lleva a ver cambiar los semáforos un martes de madrugada,
cuando me dice que cierre los ojos
y escuche.
Cuando me abraza
como si quisiera partirme en dos, como si solo le importase yo en el mundo
como si se alegrase de haberme encontrado en este mundo enorme.
Cuando me propone que nos asomemos al precipicio
o ir a respirar y a robar la noche cuando me mira y sabe que lo necesito.
Cuando me lleva a gritar y
cuando grita en mis oídos muy bajito
y se me deshace la piel.

martes, 7 de octubre de 2014

Ternura, esperanza, y otras cosas que nos regalan los libros.

A veces cuando tienes suerte das con un libro que conmueve.
No porque tu personaje favorito haya muerto.
No porque tu personaje favorito haya cumplido todos sus sueños.
A veces, por el cariño y la delicadeza con que describen la manera de caminar de alguien, la forma de comer de una chica, la mirada distraída de un hombre cuarentón, esas cosas que la mayoría de las veces en el mundo real pasan demasiado deprisa para que nos paremos a admirarlas (y la de detalles sutiles, fugaces y preciosos que nos perdemos por estar mirando el móvil o pensando en nosotros mismos).
Cuando tenía 17 años lo único que quería era saltar en todos los charcos y hacer sonreír a los demás. Quizás quería hacer sonreír a los demás hasta límites enfermizos, puede ser.
No es que ahora haya perdido todas mis ganas de comerme el mundo, pero si se ha vuelto todo un poco menos dulce y algo más real, quizás lo justo para mi edad, algunos aún dicen que me queda por crecer, otros que si no soy demasiado cínica para mis (pocos) años.
Por eso cuando ahora tengo suerte y me llega uno de estos libros, de pronto vuelvo a tener 17 años y ganas de salvar al mundo, y es una sensación que ya no tengo tan a menudo como me gustaría.
La acción narrada que te hace sonreír es pequeñita, casi invisible en la vida real, pero cargada de una ternura que a veces no parece que le quede al mundo, aunque lo que pasa, naturalmente, es que ya no tienes el tiempo y las ganas para fijarte.
Y por eso dos frases de cualquier best-seller te pueden conmover, cuando consiguen que todo vuelva a sonar a canciones de Oasis y a días de lluvia.




"He finally realized that she was staring at his lap. Not in a gross way. She was looking at his comics – he could see her eyes moving. (...)
Park didn’t say anything. He just held his comics open wider and turned the pages more slowly." Eleanor & Park, Rainbow Rowell

lunes, 11 de agosto de 2014

De la sal y las heridas, de ir a oscuras.

La risa de la torpeza cuando a uno de los dos se le declara la guerra un botón rebelde, una cremallera poco dispuesta a la cooperación, unos pantalones super-skinny que te van como una segunda piel y son igual de difíciles de quitar.
La risa cuando te besa tan bien, pero tanto, tanto, que tropiezas con tus propios pies.
La risa cuando estáis rodando uno sobre el otro, conquistando cada centímetro de sábanas, envueltos en piernas y suspiros y enredados entre nudos de sirena y manos y piel, y perdéis de tal forma la perspectiva que casi caéis al suelo desde la cama (a veces sin el "casi" y entonces reís más fuerte).
La risa cuando gime muy fuerte en tu oído, y te gusta tanto que tienes que recordarle que tienes vecinos, gatos, compañeros de piso, familia...
La risa cuando te muerde un poco demasiado fuerte.
La risa incontenible y avergonzada cuando te acaricia y llega a un rincón inesperado que te hace cosquillas.
La risa cuando te acaricia y lo hace tan bien que tiemblas de timidez, aunque sea la vez número un millón que rodea con las yemas de los dedos tu lunar secreto.
Y en doscientas situaciones más, en que la risa arde salada entre los labios, a medio camino entre el deseo (básico, instintivo, sencillo) y el amor (universal, único, complicado) y que por tanto no se puede describir con palabras.

jueves, 29 de mayo de 2014

ingenuidad y otros demonios.

El amor no va de envejecer juntos.
Tampoco va de enamorarse a primera vista o a segunda conversación.
No va de que te haga reír.
Si no tiene nada que ver contigo todavía podéis ser la pareja ideal, pero no trata sobre ser polos opuestos y tampoco almas gemelas.
Que el amor no es tan sencillo debería saberlo a estas alturas cualquiera, y desde luego aún cuesta más entender que amar de la forma en la que necesitan que les ames sólo es cuestión de suerte, y que por más que lo intentes a veces simplemente no amas de la manera correcta.
Puede que el amor vaya de conoceros, detestaros, y aún así quedarte a su lado.
No por miedo a no encontrar a nadie mejor, no por miedo a cambiar tu rutina.
Quedarte porque te hace feliz y porque merece la pena.
El amor lo hacen las peleas y las decepciones.
La confianza tan ciega que roza lo estúpido.
El sacrificio mutuo, que por ella seas capaz de cambiar de opinión aún cuando tú siempre fuiste el rey de los testarudos.
El amor está hecho de gritos y de paciencia. De comprender como funciona el mundo y de reconocer que la vida no es siempre como la soñaste.
De fracasar juntos pero esperar triunfar pasado mañana.
Al menos eso es lo que aprendí de mis padres.
Así que quizás sí, quizás el amor va de envejecer juntos.
De suspirar por lo mismo teniendo enfoques contrarios para la misma idea.
De aunar fuerzas cuando ninguno puede levantarse.
Quizás el amor vaya de ser un equipo, de cooperación, de valorar al otro, de limar egos y asperezas, de sencillez y comodidad, de desayunos y de pereza de domingo.
De abrazarse en el sofá 30 años después mientras reís.

lunes, 14 de abril de 2014

hay que gritar hasta ahogarse, para poder seguir respirando.


La noche y la ciudad.
Las luces de los semáforos y de algunas farolas.
Un semáforo en particular, y también unas baldosas en particular.
Una chica con sandalias, pantalones cortos, camiseta de tirantes.
La lluvia torrencial del verano sobre ella, resbalando por cada mechón de pelo, por el óvalo de su mandíbula, por la curva de sus comisuras, por la línea de sus clavículas.
Limpiando el estrés, la banalidad, la rutina, el dejarse llevar y no romper nunca el molde, no ir a correr de noche, no sentir nada, no gritar cuando lo necesitas, no respirar nunca en mitad del vacío.
La lluvia torrencial y ella, con la mirada perdida, con mi sonrisa de loca preferida.
La adrenalina la rompe de un golpe; se acelera su pulso, se le llenan los pulmones.
Un grito inesperado en mitad de la noche, largo, limpio, alto y atronador.
Mientras, la lluvia sigue besando la tierra.
Después del grito, de nuevo el silencio en mitad de la madrugada mientras ella recobra el aliento.
Y después, su risa: libre y ligera, como la de una niña.
Supongo que alivia sentirse viva.