sábado, 22 de septiembre de 2012

Igual que hace cincuenta años les enseñaban no sólo a creer en dios, si no a querer creer. En dios y en la iglesia. A confiar a ciegas en quien dirige el país, porque alguien que mata por sus ideales tiene que ser de fiar, ¿no?
La televisión, los periódicos, todos con ese aire tan serio y adulto, con tanto trabajo detrás, con tantas palabras que no se comprenden pero suenan maravillosamente. Los amigos de sus padres debatiendo apasionadamente y sintiendo cada palabra que pronuncian. Cargar los discursos de verdades y enorgullecerse en el salón de casa de ser quien eres. Estar agradecido de tener las cosas tan claras, porque te han enseñado a no querer pensar que puede haber algo mejor. A todo el mundo le gusta pertenecer a algo, y que hay más grande que sentir que perteces a un país. Cientos de palabras te bombardean todos los días, y ¿cómo no vas a creer en algo que está tan bien tejido que sientes escalofríos? Todo cuidadosamente estudiado para que te enfiles en su ideología.

Pero ¿y ahora? Porque la televisión ha perdido un poco su credibilidad y los periódicos tienen portadas desalentadoras. Ahora los debates apasionados y los escalofríos son por el desacuerdo, por el desconfiar más absoluto hacia el que dirige el país. Hacia todos en realidad.
Que tiempos tan díficiles corrían hace cincuenta años, hace sesenta.

Y piensas que si antes les educaban para creer hasta que murieran, ahora siendo tan evidentes y demagogos sólo nos facilitan una educación crítica. Por que puede que no sepamos en que creemos, pero si que sabemos que queremos decidir en que creer.
A veces está tan de moda ser crítico y no confiar en nadie, que pienso si no me han educado para esto. Pero debe ser que me resulta muy fácil estar en desacuerdo.