sábado, 14 de septiembre de 2013

Verdades y otras virtudes.


Hay personas de las que es inevitable enamorarse.
Y eso, viniendo de mi, que elijo fría y calculadoramente quien será el próximo por el que voy a morir y matar, es una cualidad maravillosa.
Hay personas de las que es imposible no caer fulminantemente enamorado.
Y ni si quiera importa si no te corresponden. Porque ese (inmenso) dolor es secundario comparado con el placer de no poseer la exactitud sobre algo.
Porque el amor tiene que ser descontrolado, furioso, rápido, efervescente.
Y yo, que soy experta en elegir a Romeo...
No querer desear a alguien y caer fulminado a sus pies se agradece.
No elegir amar y sin embargo hacerlo…Me devuelve la fe en la humanidad. En que existe lo irresistible, la bondad, lo electrizante, las historias deslumbrantes sobre las cosas más pequeñas. Que el mundo entero no está infestado de personas tan mundanas, corrientes y vacías como parece los domingos.
Que es necesario que existan personas de las que es inevitable enamorarse como antídoto para la desesperanza.



De todas formas, algo parecido a esto Julio Cortázar lo explica mejor que yo, como era de esperar:
"Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al verse. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto."

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