martes, 21 de febrero de 2012

runaway and save ourselves.

Seguro que os ha gustado tanto alguien que dolía. No porque te hubiese rechazado, no porque no hubiese funcionado, no porque te hubiese roto el corazón. No esa agonía del pinchazo en el pecho al primer pensamiento en la mañana y pensar “largo de aquí”. Pero doler al fin y al cabo, de pensar tanto en él. De imaginar conversaciones –y algo más- el segundo antes de dormir.
De temblar si está cerca. De sus ojos en los tuyos y tus rodillas fallando. Por eso de ver cosas donde no las hay y propiciar tú otras de formas poco elegantes. Seguro que os ha pasado, porque habéis tenido quince años.
Lo extraño es cuando pasa ahora. Que ya eres tú todo un adulto (¿qué?)
Sus labios y una frase de tu escritor favorito plasmada en una conversación del grisáceo mundo real. Las cien manías que atribuías a tu futuro marido cuando soñabas a los catorce en tu habitación de paredes fanáticas. Su inicial es la que aquella canción prometía que sería esa letra mayúscula tu salvación. Las cualidades más odiosas del chico perfecto de aquella película. La inteligencia más seductora del mundo. La dulzura más atrevida nunca vista. Que cierre los ojos con tu canción favorita. Las cualidades adorables de tu libro favorito número uno. Y del segundo, y del tercero. Y del décimo.
¿Le has encontrado? Bien. Pues quiero que ahora mismo te vayas lejos de aquí. No vuelvas a hablarle. O no encuentres el valor para hacerlo. No le invites al cine y no le vuelvas tuyo. Que los chicos perfectos no son de nadie. Que los amores platónicos sólo os harán felices si permanecen impolutos, encerrados en los libros. Que las cosas tan dulces, se hacen agrias sólo con oxígeno. Que los amores platónicos sólo están hechos para vivir en las nubes.

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